lunes, 26 de marzo de 2012

REMINISCENCIAS

Autor: Alvaro Vélez



¿Qué de dónde vengo…? Desde de la cañada,
cerca del arroyo, donde cría la guagua, 
donde un día mi padre levantó la casa
y junto a mi vieja engendró su raza,
y fueron su orgullo tres hijos del alma.
Pero amaneciendo llegaron señores,

de esos de bota alta,
que nunca se peinan y que tienen barba.
Los necesitamos, dijeron con calma.
Mi viejo perplejo con lo que pasaba
con súplica, ruegos y gritos del alma, decía llorando:
¡Son unos mozuelos, no dejo que lo hagan!
Y cual tigre herido
¡Se lanzó sobre ellos, se lanzó con rabia!...
Sonaron dos tiros, fue de madrugada.
Dejamos llorando mi vieja adorada
que quedó solita, allá en la cañada.
Yo era el más pequeño, lloraba y callaba
camino hacia el monte por una cañada.
Pero muy adentro sangraba… rezaba…
gritando en mi mente: ¡Espero el mañana!
¡No podrán conmigo, vengaré a mi taita!
Al pasar el puente la noche era calma
y de un solo tajo dejé la manada.
La noche era oscura, las ranas cantaban

y como un volcán mi pecho brincaba.

No tenía miedo, corría, volaba.
Por entre la selva así yo pensaba:
Me iré al otro bando… al que yo aspiraba
cuando era chiquito, cuando yo jugaba
con mis soldaditos de plomo con armas.
 

A esta tierra bella entregaré mi alma

¡Lucharé a muerte, lucharé con garra!
Por todos aquellos que en la selva aguantan
sufriendo indecibles tormentos que callan.
No seré un cobarde, soy hombre de casta

Y haré lo que sea para que mañana

mi prole el orgullo lo lleve en el alma.

 

Feb26/12. Cali

sábado, 24 de marzo de 2012

Museo Rayo - Roldanillo

Una nueva visita al museo Rayo, para admirar su obra.
Obra Maestro Omar Rayo- Foto por: Gloveta


El día de la visita, marzo 21 de 2012, se exhibían cuatro exposiciones.


·         Luis Caballero, dibujos y pinturas.


·         Omar Rayo: Obra en blanco y negro.


·         Maestros Latinoamericanos.


·         Omar Rayo: Pintura sin sombras.

Incluyo fotos de su maravillosa obra:

Obra en Blanco y negro del maestro Omar Rayo- Foto por Gloveta

jueves, 8 de marzo de 2012

Un salto a lo desconocido

Por. Hugo León Zapata Cano
Hugo León Zapata Cano



No hay vanidad humana en este acontecimiento, fue más bien el no tener apreciación exacta de los hechos, o bien, inspiración divina que me motivó a hacer lo más conveniente y cantarle al viento y a la esperanza.
Amaneció temprano, era  una mañana fresca, placentera que invitaba a saborearla y deleitarnos con su romántico y hermoso amanecer.
En ese entonces por los años 38, más o menos, la juventud y nata veneciana, no eran tan fogosos,  pero eso si más consiente, todavía hijos de familia, aun se dejaban regañar.  Era un primero de  Enero, los guayabos se manejaban con sobriedad y decencia, la muchachada era  menos alborotada.
Muy temprano, ese día,  nos reunimos un grupo de muchachos del pueblo, algunos mayores de 18  años, hijos de familias nobles (las de entonces) y yo de unos 14 años. Algunos estudiantes, trabajadores  oficiales, hasta desocupados(los patos del pueblo). Un grupo bien homogéneo, todos alegres, entusiastas con deseos de nuevas experiencias y descubrir lo desconocido, escudriñar  como sea y donde sea. Así que se propusieron explorar el salto de la Sinifaná, cerca de la estación del tren: Puente Venecia.
Se acordó reunirse a las  7  de la mañana en la esquina del parque Tomás Chaverra. Conocido después como parque de los mártires con los bustos de Gaitan y Rafael Uribe Uribe
 El grupo había  conseguido un guía, que  vivía por esos lares. El jefe mayor  era Aquilino Ochoa, el más maduro y experimentado de esa partida de aventureros. Electricista, mecánico, todero de fina estampa, conocedor de ardides y pormenores, era el clásico Macgiver (íbamos sobrados).Venecia era por entonces  un pueblo joven, progresista, que por designios de la violencia, los forjadores del progreso tuvieron que abandonar sus puestos y lares, quedando a la merced del tiempo y el olvido (mal general de la bendita época). No dejó de haber un profesor que lo carcomió esa política infame hasta convertirse en el depravador a órdenes del detestable  y  retrogrado  gobierno. Y esa ciudad turística e industrial que era autosuficiente, perdió su encanto y empuje avasallador. De esa ciudad bonita no queda nada, sino los buenos recuerdos, pues los malos se los regalé al diablo. Cada uno de los aguerridos muchachos llevaba su respectivo fiambre en hojas de bihao; no  dejó de haber quien llevara jugo de naranja para pasar el huevo crudo que habrá de darle la fuerza de arranque y valor. Todos llevaban sus sombrero, peinilla y poncho, también, el susodicho carriel envigadeño.
La partida se hizo a la hora convenida de hecho sin bombos ni platillos. La mañana fresca con vientos suaves y acariciadores nos acompañó. Chistes, bromas y canciones; que alegres iban los muchachos. El camino era de 6 o 7 kilómetros, empedrado a ratos y tierra el resto. A eso de un Kilómetro del pueblo, en la finca La Antigua, encontramos, en un montículo, hoyos de uno a dos metros de profundidad, producto de los guaqueros, buscando entierros indígenas,  no se sabe que encontraron, el caso es que a los  muchos años, haciendo una planada para una casa, un buldocero  encontró algo muy grande y costoso, pues tomó las de Villadiego  sin que nadie se diera cuenta. Por  el mismo sitio a una cuadra del camino estaban las famosas cuevas de Santa Inés, escondidas por una gran piedra. La entrada de las cuevas rebajaba de altura  a medida que se adentraba; seguía un pequeño lago frio y lleno de larvas, y del techo pendían estelactitas blancas de  carácter arsenical. Las vacas que por encima pastaban abortaba sus crías casi de inmediato, igual le ocurrió accidentalmente a una señora testaruda e incrédula, su buen susto pasó por sopera.  El sabor de la roca era salado y  purgante a pequeñas dosis y se sentia caliente al tacto. Dicen los lugareños  que los Viernes Santos sale una gallina de oro con sus pollitos.
La marcha continuó por entre cafetales, cañaduzales, plantíos y malezas, los aromas del campo y los árboles en flor, el alegre trinar de los pajaritos y el suave y lento volar de los gallinazos que aprovechaban los vacios del espacio para hacer sus alegres vuelos sin tener que aletear.  Pasamos por las veredas Palmichal y Palenque, para caer entonces  al cañón de la Sinifaná. Emprendimos el pendiente y cansón descenso, hasta llegar al puente; el guía nos indicó la ruta, vayan hacia arriba. Cogimos la orilla derecha de la torrentosa corriente; unas cuadras adelante empezamos a percibir el murmullo de las aguas al estrellarse furiosas contra las rocas. De frente encontramos un recodo de peña que desviaba la corriente; la orilla aquí terminaba y la quebrada se encajonaba; para poder continuar tuvimos que saltar hacia abajo, a la otra orilla, sobre la corriente. Allí estaba la tan esperada cascada, 20 o 30 metros de altura, en donde el agua tumultuosa se lanzaba al espacio, entrelazándose formando trenzas multicolores al acariciarlas los rayos del sol .Al estrellarse las aguas sobre las rocas nos gritaban en su ensordecedor llanto: aquí estoy, no soy una leyenda, cántale al viento, llévame en tu recuerdo. Qué hermoso espectáculo, eso esperábamos, que belleza que la madre naturaleza nos brindaba; la misteriosa leyenda ya no lo era. Cumplido nuestro propósito, a descansar muchachos; pero ya es justo almorzar. Nuestra aventura había terminado; eso creía el Burro. Le pedimos permiso a la cascada y sacamos nuestros comicios.  
Descansando estábamos, cuando de cómo salidas de la nada, atraídas por el olor de la comida y migajas sobre las piedras, un enjambre, de aquellas llamadas hormigas cachonas, se nos abalanzó, rápidamente, a sombrerazos matamos unas cuantas, pero tantas eran que no teníamos más que hacer sino dejarles el campo libre. ¿Qué hacer?, claro huir, pero por donde, retroceder imposible, pues tendríamos que saltar hacia arriba con peligro de caernos al torrente.
Al mirarnos en el agua, con su movimiento, nos hacían muecas de terror y miedo. A nuestras espaldas estaba la roca sólida mirando al infinito cielo, 20 o 30 metros (kilómetros arriba). Muchachos hacia arriba. Cogimos nuestros chiros y empezamos a escalar aprovechando las huellas que el agua de lluvias había dejado a su paso. Cada vez el ascenso se iba dificultando hasta casi lo imposible para esa brava muchachada. Un resbalón y adiós vida mía. Abajo el vacio, profundo que nos atraía, que nos llamaba inmisericorde, burlándose de nosotros, pobres mortales Para poder subir y aferrarme a la roca, tuve que quitarme los zapatos, que en una de esas, zas al  fondo fueron a dar. Unos seguían empujando y otros tirando. Llegó un momento en que la subida se dificultaba más y más. Los de abajo empujaban  y los de arriba jalaban.  Todos desesperados, no faltaba quien llorara. Gritaban o rezaban En uno de esos momentos de angustia se me ocurrió ponerme a cantar: Rumbo a Siberia mañana saldrá la  caravana, pienso en Moscú mi Olga tal vez a otro amor se entregó., y así  seguí cantando y cantando destempladamente. El miedo se me fue esfumando. Un bejuco cayó del cielo. Aquilino logró alcanzar la cima, por donde pasaba la carrilera del tren. Presurosos fuimos trepando uno a uno hasta llegar arriba y entonces metimos nuestros pies en un hilo de agua, que por allí pasaba, antes de lanzarse al vacio para confundirse en las aguas profundas de la Sinifaná.
Qué bien nos cayó ese bendito baño de pies, bendita agua caída del cielo. Pero yo sin zapatos y lejos de la casa; a pie limpio imposible marchar, mis delicados pies no lo resistirían. Ojo avizor. Gustavo ¿vos traes carriel?, me vas a tener que regalar uno de sus bolsillos para hacer unas alpargatas. Claro hombre, ni que fuéramos enemigos, tomálos pues. Por la noche al pueblo regresamos; de la mente se me fue, no sé si por el mismo camino o montando en tren hasta San Julian. El caso  fue que en Venecia  amanecí henchido de gloria y valor. Que delicia poder estirar las zancas. Por ahora nanay cucas, no mas aventuras.
Una aventura más, un susto más, una experiencia más. Para no olvidar,  lo contento y lo asustadizo que es  este género humano tan voluble casi incapaz de dominar los  gajes que a diario se encuentra. Nos falta templanza y corazón.
De todas maneras aquí estamos vivitos y coleando, esperando lo mejor que escojamos pues somos dueños de nuestro destino.
  
Hugo L. Zapata C.

domingo, 4 de marzo de 2012

Soldados de Salamina


Autor: Javier Cercas
Comentario por: Gloveta


El libro nos atrapa con una prosa de tinte poético. Javier Cercas al contar sucesos reales,  hace algo más que “una novela”. Sumerge al lector en una investigación histórica de hechos acaecidos en los años treinta que atraviesan la vida de Rafael Sánchez Maza, uno de los creadores de la falange española. El relato  está elaborado de una forma dulce, cariñosa y entreverada con pasajes de la vida del autor.

Javier Cercas escribe como periodista, profesión que ha ejercido por años. No pierde su estilo de cronista e investigador. Para escribir el libro debió  recorrer pueblos y sitios en los que vivió Sánchez Maza, de tal manera que pudiera ofrecernos un relato testimonial  colmado de detalles y anécdotas que nos ayudan a acercarnos al “personaje” y entender el episodio de su 'fusilamiento' durante la guerra civil española, que marcó de manera indeleble a los españoles y en especial a la comunidad de Cataluña, desde donde se cuenta la historia.

Cercas enfatiza en que no se trata de una novela, sino del relato de hechos reales, a pesar de que cualquier  lector intuye que está incurriendo en un lenguaje novelado para ofrecernos pasajes imaginarios. De no ser así sería casi  imposible que las partes del relato encajaran perfectamente, tanto desde el punto de vista histórico como narrativo después de setenta años de ocurridos los hechos.

El libro resalta el amor de Cercas por su patria, lo que parece haberle recompensado en ventas, pues lleva más de un millón de ejemplares vendidos. Fue tanta la atención que los españoles le depararon al libro, que hoy se venden tours para ir de turismo por la ruta de “Soldados de Salamina”,  El Colell y los bosques aledaños.

Los turistas que tomen el tour, en algún momento, pueden escuchar el pasodoble “Suspiros de España” evocadoramente  citado  en apartes del libro.

Quiso Dios, con su poder,

Fundir cuatro rayitos de sol

Y hacer con ellos una mujer,

Y al cumplir su voluntad

En un jardín de España nací

Como la flor en el rosal.

Tierra gloriosa de mi querer,

Tierra bendita de perfume y pasión,

España, en toda flor a tus pies

Suspira un corazón.

Ay de mi pena mortal,

Porque me alejo, España, de ti,

Porque me arrancan de mi rosal.

Javier Cercas