Autor: José David Tenorio
En días pasados, en la sala de espera de un consultorio
odontológico tuve la oportunidad de ojear un hermoso libro de gran formato,
tapa dura, fotografías a todo color y textos bilingües, llamado “Así es Cali”. Durante un rato pude
recorrer parte de su contenido y casi descubrir una ciudad que ahora desconozco al punto de no poder identificar
muchos de los lugares retratados desde el aire.
Me vino a la memoria lo que me dijo, hará veinte años, un
francés, directivo de una multinacional, que había vivido aquí y retornado al
cabo de los años : “esta ciudad está
creciendo como los hongos”. Con lo que significaba un gran desarrollo
urbano, pero desordenado (¿qué tal que la viera como está hoy? ¿ Con qué la
compararía) . Pero también al ver las imágenes de ese libro me hizo retrotraer
a mi infancia y juventud y traerme los recuerdos de esa Cali que se fue.
Si en 1950 a duras
penas, alcanzaba los doscientos ochenta mil habitantes, cuántos menos en
1940. Primer impacto frente a los dos
millones setecientos mil de ahora. Antes desordenada; ahora caótica.
En esa década empezaron a consolidarse los barrios al otro lado del
río, primero el Granada y luego el Centenario. Y al final, Versalles, en donde se abrió la
Clínica de Occidente, la segunda privada después de la Garcés fundada en los
veintes. Se conservaron casi la totalidad de las casonas de la zona céntrica
que venían desde la colonia y al barrio popular de San Nicolás (conocido
durante la colonia como “El Vallano”) se agregaron El Calvario, San Pascual,
Sucre, Belalcazar, Obrero. Y para los obreros del Ferrocarril, La Campiña a
continuación de los talleres de Chipichape. Y hacia el sur la compañía gringa
había organizado en los treinta el
barrio de San Fernando (San Fernando Viejo) que quedaba extramuros de la
ciudad.
Eran pocos los edificios. En el marco de la plaza de
Caycedo solo estaban el Edificio Otero, el Palacio Nacional , el Episcopal (
construido por monseñor Luis Adriano Díaz, segundo obispo de Cali), y el
edificio Hormaza en la esquina de la carrera 5ª con calle 11, y, por supuesto la Catedral. También el
edificio Pielroja y el edificio Garcés. Otro el edificio Calero en la esquina
de la carrera 6ª con la calle 9ª (calle
de por medio con la Torre Mudéjar). Y, finalizando los 40 el edificio del Hotel
Columbus que luego se incorporó al complejo del Hotel Aristi. Igualmente
estaban los teatros Municipal y Jorge Isaac. Iglesias fuera de la catedral, San
Francisco con su convento de San Joaquín, La Merced, la Capilla de San Antonio,
San Nicolás y la Ermita. Y la capillita de El Carmen, anexa al convento de las
Carmelitas Descalzas de la calle 5ª (donde funciona ahora Comfenalco). (Y, ¿cómo no recordar el edificio del
Batallón Pichincha, frente al Paseo Bolívar? No dejaremos de lamentar que no lo
hubiesen conservado por un mal entendido concepto de “modernidad y
progreso”…!!!)
Estaba el Amparo de Niñas en el lote que ahora ocupa el
Hotel Intercontinental, terrenos que fueron objeto de una controversia entre el
obispo Luis Adriano Díaz y la comunidad de los franciscanos, que fue fallado en
Roma a favor de los últimos.
Hablando de los franciscanos: históricamente esa comunidad
ha estado estrechamente ligada a la ciudad. Uno de sus integrantes fue el
constructor del único puente que atravesaba el río Cali hasta bien entrado el
siglo XX: el Puente Ortiz que lleva el nombre de quien ejecutó la obra que,
aunque ha sufrido remodelaciones, conserva su esencia. Ellos fueron de los
promotores del grito de independencia de las Ciudades Confederadas. Otro caso
ligada a ellos es los recorridos que hacía un hermano lego cabresteando un
burrito cargado con dos enormes canastos, que iba de casa en casa pidiendo
alimentos para preparar la comida de los pobres que la recibían através de una ventanilla que aún se observa a
un costado del convento de San Joaquín. Y la estatua de fray Damián González se
levanta en la mitad de la plazoleta de la
gobernación.
Apeas empezaba la construcción del Hospital Departamental
(hoy Hospital Universitario del Valle “Evaristo García”), únicamente existía el
Hospital de San Juan de Dios, en el barrio San Nicolás , dependiente de la
diócesis y fundado en el siglo XVIII por el francés Leonardo Sudrot de la Garda.
La educación de los caleños estaba a cargo de los
colegios de Santa Librada (fundado por el general Santander), San Luis Gonzaga
(de los hermanos Maristas que llegaron en 1894), que también contaban con el
internado campestre Nuestra Señora de los Andes (Yanaconas) , el colegio Alemán
( donde ahora se encuentra la Biblioteca Departamental) , el Berchamans ( de
los jesuitas) y el colegio Villegas. En formación técnica estaban el Instituto
Antonio José Camacho y San Bosco. Y para las niñas eran el de la Sagrada
Familia (con internado, en el Peñón), María Auxiliadora ( de las Salesianas) y
el Liceo Benalcazar. Para la formación de las maestras estaba la Escuela Normal
Superior en edificio de la carrera 1ª
cruce de la calle 15.Y un buen número de escuelas públicas tanto para niños
como para niñas. (Y cómo no recordar el kínder de Evita Riascos en su casa de la carrera
6ª al lado de la capilla de El Carmen).
En 1945 se fundó la que tomaría el nombre de Universidad
del Valle. Ocupó las instalaciones del antiguo convento de San Agustín que utilizaba el Colegio de Santa Librada y que
quedó libre por su traslado al sur.(Es
muy triste recordar que ese convento que se ubicaba en la carrera 4ª entre
calles 13 y 14, hubiese sido demolido años después y reemplazado por un
horrible edificio de parqueadero).
Prácticamente la totalidad de los tratamientos médicos
era mediante formulas magistrales que los farmaceutas preparaban en las
droguerías. La más conocida de las cuales era la Garcés que, además, vendía los
más deliciosos helados servidos en mesa con mantel y en copas de cristal.
La empresa más importante eran los Ferrocarriles del
Pacífico que luego de casi medio siglo
de construcción de la vía entre Buenaventura y Cali, al fin llegaron a la
ciudad en 1916. Los empleos más apetecidos y mejor remunerados, eran los que
ofrecían los ferrocarriles (lástima que
la politiquería y la voracidad de los sindicatos hubiesen acabado con esa
empresa que movilizó tanta carga y pasajeros y ofrecía servicios al alcance de
todos los bolsillos desde asientos en vagones de lujo de primera clase hasta bancas de los
de tercera clase).
Calle estrechas en que el pavimento reemplazó el
empedrado de la “calle real” (carrera 4ª)
y poco a poco abarcó otros puntos desde el centro hacia la periferia.
Eran muy pocos los automóviles particulares cuyo número se había visto limitado
por efecto de la Segunda Guerra Mundial. No había señalización de tránsito (pite y siga) ; un solo semáforo que
instalaron en la esquina de la carrera
6ª con calle 12 y que nunca vi funcionar. Los automóviles de servicio
público no contaban con taxímetros y se ubicaban en torno a los andenes del
Parque de Caycedo. Todavía había el servicio de las victorias (carruajes
tirados por caballos) que se utilizaban sobre todo para transporte el mercado
desde la plaza de mercado (espacio que hoy ocupa el Palacio de Justicia) hasta
los domicilios. Muy pocas motocicletas; las que había eran grandes y pesadas, marca “Indian”. ( Ni a Julio Verne se le habría ocurrido soñar
con el creciente enjambre que hoy inunda las calles de la ciudad…!!!)
Los teléfonos eran escasos y de manivela: había que
llamar a la central para establecer la conexión. El medio de comunicación más
rápido eran los telégrafos que funcionaban en el primer piso del Palacio
Nacional. Y para el exterior era los cables como el “All American Cables &
Radio” que tenía sus oficinas en el edificio de Coltabaco. Y las cartas se
mandaban por medio de los Correos Nacionales o el que empezaba servicio aéreo.-
No existían las cadenas de radio y las pocas emisoras que había eran de
limitado alcance, todas en AM. Fue la época de esplendor de las radio novelas
como la cubana “El derecho de nacer”.
El servicio de energía era escaso e insuficiente; los bombillos a duras penas medio alumbraban,
casi igual que una vela. Hubo que esperar a la década siguiente cuando se inauguró
la primera planta de Anchicayá. Por lo que para cocinar era en estufas que
quemaban carbón de leña, que los campesinos traían desde los Farallones en
escuálidos caballitos que podrían representar a Rocinante.(Era típica la forma abreviada como gritaban anunciando su producto :
simplemente decían “bon”)
El transporte aéreo era desde el Guavito (donde está la
Base Aérea Marco Fidel Suárez) y desde Calipuerto (donde hoy está Cavasa) a
éste llegaban los aviones de Panagra (los “clíper”) que dio lugar a que
empresarios norteamericanos que viajaban hacia el sur del continente,
descubrieran a Cali y al Valle del Cauca y fueron factor de inversión en la
década siguiente trayendo muchas de sus compañías y montando plantas propias.
Los vuelos nacionales eran en vetustos DC3 que cuando pasaban por encima de La
Línea eran estremecidos por las corrientes de aire.
Los domingos lo chic era ir a la misa mayor en la
catedral , larga y tediosas, en latín , con el oficiante de espaldas a los feligreses
, que pronunciaban sus sermones desde el púlpito hablando de lo divino y lo
humano, con la pésima acústica en que
solo se lograba medio entender algo de lo que decían poniendo mucha atención.
Las señoras casadas cubrían sus cabezas con mantillas de color negro y las
solteras de color blanco (una forma de anunciar que estaban
disponibles). Luego salir a escuchar la retreta en el parque.
No era inusual que a las cinco de la mañana desfilara por
las calles del casco antiguo la procesión, acompañada de músicos, llevando el
Santísimo Sacramento bajo palio para
brindar la comunión a los enfermos. Las devotas iban con canastos cargados de
pétalos que regaban en la medida que avanzaba la procesión. (Uno de los asiduos concurrentes a esos desfiles era un loquito
místico conocido como Pachito Zorrilla, que era el encargado de recoger las
limosnas en algunas de las misas de la catedral).
Los hombres adinerados, los profesionales, los
comerciantes y, en general, lo que se tuvieran estima y cuidaban su imagen,
vestían trajes de paño de saco y corbata
, colores oscuros, sombreros de pana (algunos hasta con chalecos). Solo
recuerdo dos casos en que se vestían con trajes blancos de lino. Y las mujeres
vestidos de falda larga (un pecado si mostraban las rodillas…!!!) y
solo las más osadas y modernas, se ponían pantalones cuando iban de paseo.
Nunca dentro de la ciudad.
La actividad comercial giraba en torno a almacenes como
“Calero Hermanos” ( carrera 5ª calles 10 y 11) , el más lujoso ; el “Apolo” en
los bajos del edificio Otero ; la Casa Víctor ; una pequeña sucursal de
Almacenes Ley ( calle 11 entre 6 y 7 ) ; el almacén de telas de Fortunato Nader
; el almacén de Juan Santander en la carrera 5ª cerca del de Calero Hermanos ;
el del “Chato” Buenaventura en la Plaza de Caycedo ; el almacén de Carvajal
& Cia en la carrera 4ª esquina de la 13 ; las joyerías y relojerías de los judíos como “Jeremías”, etc.
Hoteles estaban el Alférez Real, el Columbus, el Majestic
y el Europa. Y el restaurante más lujoso era “La Palma” en la calle 12 mismo
andén del teatro Jorge Isaac.
Siempre la diversión más popular, sin distingo de clases
ha sido ir de paseo al río. Entonces al caudaloso río Cali con su pozo emblemático de “El Charco del Burro” en que los más
audaces se trepaban a la roca saliente
para clavar con el riesgo de que si no lo sabían hacer darse contra los racas
del fondo y ser atrapados por el remolino que se formaba en esa gran curva del
río. Y para un paseo más largo era ir al “lejano” Pance…( origen de los famosos paseos de olla).
El río solo lo atravesaban el puente Ortiz ( el primero y
único durante muchos años) al cual se le fueron agregando, ya en el siglo XX,
los de Santa Rosa ( salida a la
carretera al mar) ; Pedrones ( en el Peñón) ; el peatonal que unía a el Peñón
con el Centenario; el de la Cervecería (
calle 8ª) ; el España ( calle 11 ) y el Alfonso López ( calle 15 en donde
estuvo el cuartel de los bomberos voluntarios).
El puente colgante
“Carlos Holguin” unía las dos orillas del río Cauca: Puerto Mallarino del lado
de Cali y Juanchito de Candelaria. Era un puente colgante con piso de madera,
de un solo carril, que se bamboleaba al
paso de los vehículos.
Los clubes sociales eran el Campestre ( quera era lejísimos...!!!) , el
Colombia , el San Fernando y el de Tenis ( a la orilla izquierda del río Cali
al pie del puente de la cervecería) .Y para las clases populares el club de ese
nombre que quedaba en donde ahora está el Parque de Las Banderas.
Como no existían equipos de sonido diferentes a los gramófonos
o radiolas, ni la energía disponible daba para algo más que una precaria iluminación,
las fiestas que se celebraban en algunas de las casas particulares eran con orquestas.
En la ciudad había como tres orquestas bien conformadas que eran las que
animaban esas fiestas.
La industria más importante era la fábrica “La Garantía”
de propiedad de europeo Antonio Dishington y otras como “Croydon del Pacífico” “Pastas
La Muñeca” de Mariano Ramos; Laboratorios JGB ; Textiles El Cedro , Bavaria , representaban el incipiente inicio del
desarrollo industrial que tendría su auge en la década siguiente.
El estadio Pascual Guerrero solo contaba con unas pequeñas graderías no mucho más grandes que
las que tienen hoy las de los campos de entrenamiento de los equipos de
futbol. Las carreras de caballos se realizaban el hipódromo de Versalles por
los lados de la Avenida Estación (donde
estuvieron los Almacenes Sears). Finalizando esta década, se abrió el
Hipódromo de San Fernando, hoy centro de escenarios deportivos.
El primer gran acontecimiento de talla internacional que
tuvo como escenario la ciudad fue la celebración del Congreso Eucarístico
Bolivariano en 1949, con la presencia
del Delegado Papal, cardenal Clemente Mícara (bajito y gordito que fue tratado a cuerpo de rey por la sociedad
caleña). Debería haberse realizado el año anterior, pero fue aplazado por
los sucesos del “bogotazo”. Como recuerda queda el Templete y la custodia que
se elaboró con las joyas donadas por las damas caleñas y hoy guardada en una
bóveda del Banco de la República.
El veraneadero predilecto de los caleños era La Cumbre a
donde se llegaba en el tren. Luego
empezó a tomar forma El Saladito poblándose hasta el Kilómetro 18 , recorridos
que se hacían en las cabalgatas que iban hasta El Carmen , la Leonera y
Pichindé.
El monumento más destacado era la estatua de Sebastián de
Belalcazar, ubicado en la pendiente encima de la avenida Boyacá, próximo al
Charco del Burro, que en solitario señalaba la ruta del mar; la de Simón
Bolívar en el paseo de su nombre, copia de la de Tenerani de la Plaza de
Bolívar de Bogotá; la del prócer Joaquín de Caycedo y Cuero; la de fray Damián
González y el trashumante dedicado a Jorge Isaac.
Periódicos locales solo eran Diario del Pacífico de la
familia Borrero Olano y Relator de la familia Zawazky.
Remembranzas.
José David Tenorio.
Cali,
Enero de 2018
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